viernes, 28 de junio de 2013

Iconografía historicista



Jesús del Vía Crucis (1998), José Asenjo Vega
Venerado en la iglesia de San Marcos, León
Propiedad de la Cofradía de la Agonía de Nuestro Señor


Los hombres nos entendemos entre nosotros con símbolos, sea el lenguaje, las matemáticas, la música o infinidad de cosas, cuya representación tiene la capacidad de comunicar algo. En la Fe ocurre lo mismo, hay un código, una liturgia que expresa cosas profundas de manera sencilla y que permiten al creyente profundizar en la verdad de las cosas y los misterios. La iconografía es uno de esos códigos que nos lega el arte y que su conocimiento nos permite descifrar un lenguaje comprimido, de muy larga explicación con palabras, pero con un mero gesto o representación, abre la mente del que observa y del buen entendedor.

La representación del Señor atado al patibulum me produce no solo muchas dudas, sino que estéticamente parece bastante poco apropiada. La evolución de la iconografía del Nazareno abrazado a la Cruz es compleja, pero tiene un profundo sentido teológico, que con este rigor historicista pierde. Los primeros cristianos no representaban al Señor crucificado, debido a que en su contexto cultural la cruz era el horror por excelencia, teniendo que pasar varios siglos hasta su primera representación gráfica. De hecho, la primera imagen del Señor crucificado es un grafiti burlesco que viene a remarcar que los romanos del siglo I no comprendían como se podía adorar a un Dios crucificado. La Cruz comienza a representarse con un carácter de gloria tras la visión del emperador Constantino antes de la batalla del Puente Milvio, entendiéndose así durante siglos, insertando a un Cristo Rey, Señor de la Historia, en dicha Cruz, revestido con ropajes reales. El dolor de la humanidad de Cristo vendrá luego, sobre todo con la extensión de las nuevas órdenes mendicantes, que centrarán su espiritualidad en ella. El gótico ya nos representará al Señor sufriendo, entendiendo el creyente que ese dolor es por la redención de nuestros pecados.

Así, las primeras representación del Señor con la Cruz tendrán siempre esa reflexión teológica: Cristo abraza la Cruz, obedece la voluntad del Padre entregando su vida a la peor de las muertes posibles, lavando con su sacrificio la desobediencia de los hombres. De hecho, se considera que las primeras representaciones del Nazareno es siempre con la Cruz en alto, casi como una alegoría. Después se le incorporará el movimiento, ya es el Señor subiendo al Calvario, como en la venerada imagen de la Archicofradía del Silencio de Sevilla. Y el último paso es invertir la Cruz, dándole un aparente mayor sentido: el reo cargando el símbolo de la Cruz, arrastrando la pesada carga de los pecados del hombre, ofreciendo su vida, Él inocente Cordero, por la multitud de los hijos de Eva. Así tenemos ya configurada la estampa típica del Nazareno que podemos ver en cualquier templo.

Con la imagen leonesa, en cambio, todo el sentido teológico de la Cruz es omitido, es un señor atado a un palo. Se le incorpora otro signo que alguien escuchó en alguna conferencia intelectual: que el reo llevaba su condena colgada del cuelo, y ahí también se lo pusieron, con un buen gusto manifiesto. Curiosamente no se dieron cuenta en una contradicción: la túnica morada, color que se debe exclusivamente a una cuestión litúrgica, el morado penitencial o cuaresmal. En los Evangelios, en cambio, de la única túnica de la que se habla en las horas de la Pasión es la túnica blanca de Herodes, con la cual posiblemente el Señor subió al Calvario. Pero sea como sea, la túnica morada nunca pudo ser la que llevara el Señor hasta el Gólgota.

La conclusión es que intentar hacer algo nuevo puede ser positivo siempre que esté fundamentado en algo, y  en esto de la iconografía, ese algo tiene que ser coherente, tiene que ser capaz de transmitir algo a quien lo ve, que sobre todo lo debe entender y debe decirle algo. Si por una cuestión histórica se plantea recuperar algo, no puede ser a costa de que los que lo ven no lo entiendan. Cambiar la Cruz, con todo lo que representa para el creyente, por el patibulum, vaciado de significado y solo justificado por una cuestión histórica, resulta inadecuado, e imagino que está motivado exclusivamente por el hecho de hacer algo diferente, un mal muy extendido en nuestro tiempo.

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